viernes, noviembre 23, 2012

Me esperan a cenar

El mundo enloqueció de repente y yo quedé atrapada en la vorágine. ¿Así se paga un día con casi nada para hacer? Capaz que está un poquito alta la tarifa, che, vamos a tener que revisar este tema. Ahora, si estos cuatro días de corridas son, en realidad, el precio de un fin de semana largo con fiesta y amigos y viajecito y mates y vinos y bailes y charlas y abrazos y sonrisas y todas esas cosas que me hacen tanto bien con personas que mejoran mi vida, entonces es una verdadera ganga.

Ya falta casi casi nada.

lunes, noviembre 19, 2012

Bienvenido


Llegó al mundo nuevo (él nuevo, el mundo no). Llegó a descubrir cada detalle de este mundo viejo que, aún sin sospecharlo, lo estaba esperando con ansias. Llegó a estar un poco dormido y bastante refunfuñoso y ¿cómo no entenderlo? Yo también me esgunfiaría si, de repente, las manos de tanta gente pudieran tocarme, hubiese tantos sonidos y ruido a mi alrededor, me resultara imposible dejar de olfatear los olores del mundo y la luz me pegara en la cara sin gentileza. Sin embargo, el universo se derrite cuando él estira los dedos arrugados como de viejito, cuando se quejotea con sonidos de bebé, cuando se relaja en el abrazo suave. Llegó al mundo nuevo y dormido y refunfuñoso y es tan pero tan hermoso que lo ilumina todo.

Hola Hijo de AmigaSocia.
Ya te quiero para toda la vida.

martes, noviembre 13, 2012

Fiaca dactilar

En mi cabeza se alinean miles de palabras. Se juntan, se conocen, se saludan, se invitan, se acompañan, se pelean, se distancian, se reordenan. Frases completas que surgen, que crecen, que viven entre mis ideas, que se acurrucan en mis neuronas, que se quedan ahí, listas, predispuestas a ser dichas o archivadas o modificadas o agrupadas.

Cocino y se me llena el cuerpo de memorias de un amor importante, un amor de esos que hacen que sea optimista sólo porque alguna vez existió y las letras me desbordan. Con cada tomate que corto, con cada ñoqui que paso por el tenedor, en cada uno de esos gestos simples, diminutos y cotidianos reaparece esa persona, esa historia, ese recuerdo y toma forma de palabras y se relata completo adentro mío mientras mis manos están ocupadas haciendo otras cosas, cocinando, viviendo.

Me miro desde afuera de mi misma, me veo similar a la niña que era, torpe y con una cuota no menor de temor adentro del cuerpo pero, aún así, trepada a un tapial acomodando cosas en el patio y hasta me parece que entiendo toda una parte de esta mujer que soy. Mientras estoy de cara al cielo, colgando entre el asador y la glorieta, arriesgando las uñas con cada alambre que retuerzo, en silencio, en calma, concentradísima en cada movimiento que hago para que mis problemas motrices no me traigan consecuencias graves, las oraciones aparecen espontáneamente, como si no tuviese que pensarlas. Y se quedan ahí, tranquilas, sin siquiera demandar que las exteriorice. Casi de la nada, consigo equilibrar anécdotas mientras mis dedos están entretenidos haciendo otras cosas, entoldando, viviendo.

Decenas de nociones cotidianas se enuncian a si mismas adentro mío cada día. Están ahí, acá, se van haciendo lugar las unas a las otras, se van distribuyendo en conjuntos caprichosamente armados, se van etiquetando entre ellas. Conversan, se burlan, se ríen hasta las disfonía, gritan, se conocen, se olfatean, se quieren y se repelen, se acarician, lloran, se lastiman, se escuchan, se ignoran, brindan, duermen, existen, son mientras yo estoy distraída cocinando, caminando, cantando, conversando, entoldando, viviendo.

jueves, noviembre 08, 2012

Política internacional

Estimados vecinos brasileños, yo no tendría la menor objeción en aceptar este intolerable frente de calor que nos están compartiendo si lo mandaran junto con una playa de arenas blancas y mar turquesa. Pero así, solito, sin una mínima brisa-marina, fijensé, puede que estén abusando de mi buena voluntad.

¡Qué trueque tan desigual!

lunes, noviembre 05, 2012

Frases que no entiendo (4)


Él/ella se lo pierde.

Todos (pero todos, todos) alguna vez le dijimos eso a alguien a quien queremos mucho cuando le tocó enfrentarse a las penas del desamor. Todos (pero todos, todos) alguna vez recibimos esa frase de alguien que nos quiere mucho e intentamos que sirva de algo. Ahora bien, de verdad, escapa a mi capacidad de comprensión. Entiendo por qué terminamos cayendo en ese cliché. Sé que la impotencia exasperante de no poder curarle el corazoncito al otro nos lleva hasta ahí. Es más, comprendo que quien dice semejante atrocidad valora tanto al receptor del mensaje que sinceramente, por una fracción de segundo, considera que la pérdida es del tercero en cuestión.

Después, cuando se terminaron los mates, cuando cerramos la ventanita del chat, cuando la botella de vino vacía dormita abandonada en la mesa y nos quedamos sin interlocutor esa frasecita que tintinea en la cabeza no sirve, no alcanza, no sana. Simple y sencillamente porque es, en el mejor de los casos, una mentira piadosa.

¿Qué pierde el otro? ¿Una historia que no le interesa con una persona que no le importa lo suficiente? Así es fácil perder. Lo que duele, lo que cuesta, lo que arranca partecitas de nosotros, es perder una ilusión. El antojo de querer y ser queridos por esa persona en ese momento, las ganas de compartir vida, el deseo de hacernos compañía, la necesidad de regalarnos detalles de los días mutuamente. Eso es perder. Nadie pierde en la mesa de póquer en la que no jugó ni una moneda.

La Abu siempre afirma que sin coraje no hay batalla pero, por sobre todas las cosas, que el que no apuesta, no gana. Entonces, sabelo, pierde el que se queda con el corazón lleno de moretones, con las ilusiones abolladas y la garganta hecha un sólo nudo de pena. Perdés vos, sí. Perdés antojos, ilusiones, necesidades y ganas y una historia que no le interesa con una persona a la que no le importas lo suficiente. Y duele y enoja y lastima y después, ojalá más antes que después, pasa.

Así que por favor, no resignes, ni por un instante,
las capacidad de ilusionarte hasta los huesos.
(Nadie vale ese precio)


jueves, noviembre 01, 2012

Nada de alma de bolero

Una de las mejores sensaciones de querer mucho (mucho, mucho) a alguien que tiene la tozudez suficiente como para quererme también, es esta alegría expansiva que me hace picar hasta el arco de los pies cuando me llega un mensaje compartiéndome la felicidad por otro sueño que se concreta.

(Y la promesa de brindar con tequila se convierte en un detallecito casi insignificante)