viernes, febrero 15, 2013

Tendré que probar con el tarot

Café dice:
¡¡¡hola mamina!!!

Amiga dice:
¡¡¡hola cafesuchi!!!
¿que contás? tanto tiempo

Café dice:
acá ando, vuelta loca
pero anoche soñé que estabas embarazada
¡¿¡¿¡¿estás embarazada?!?!?!

Amiga dice:
¿¿¿¿¿eeeeeeeeeeeeeeeeehhhhh?????

Café dice:
qué se yo, ¡soñé eso!

Amiga dice:
Noooooo…
¡Espero que no!

Café dice:
Te pido mil discuplas

Amiga dice:
JAJAJAJA
no importa nena,
¿¿¿se te cumplen los sueños???

Café dice:
No sé, si siempre sueño pavadas.

Amiga dice:
Ah, bueno.
Me quedo más tranquila.

Café dice:
pasa que soñé eso y dije,
chaaaaau, mirá si me estoy volviendo psíquica,
me dedico a hacer plata
y ¡se ve que no era el caso!

Amiga dice:
No, no. Psíquica no.
¡¡Psiquiátrica te estas volviendo!!

Lo que pueden dos silabitas, eh.

jueves, febrero 14, 2013

¿Viste vos?

O la cosa se fue de mambo y todos nos decimos feliz día por lo que sea y en cualquier momento me saluda hasta por el día del almacenero o sabe algo que yo no sé o estoy enviando un mensaje muy copado al cosmos.

14 de febrero y una amiga me saluda diciendo feliz día.

Desconcertante.

viernes, febrero 08, 2013

Esto de ser felices

El chiste empieza cuanto subimos al auto. Ya pasó la parte molesta de armar todo, de acomodar los bártulos en el baúl, de calentar el agua para los mates, de darle las gotitas a la gata para que se adormezca, de cerrar la casa, de todos esos preparativos que llenaban una lista imaginaria de cosas por hacer y, de repente, están hechas (aún si eso significó que nos quedemos hasta las dos de la mañana cerrando bolsos y apilando equipaje). No importa que sean las siete treinta de una mañana de sábado de enero. Quizás esa es una de las pocas mañanas del año en las que vale la pena saltar de la cama ni bien el despertador canta porque estás a punto de subirte al auto y ahí es donde empieza el chiste.

Pasar a buscar a otra amiga, emprender el camino, poner música, empezar los mates, abrir la bolsa de bizcochos calentitos. Unos minutos más, todos los preparativos finales para salir a la ruta y saber, a ciencia cierta, que estamos de vacaciones. Y después vamos a viajar durante horas haciendo comentarios graciosos, despotricando contra el mundo, montando escenas diminutas de stand up para terminar de exorcizar los vestigios de mufas del trabajo y los despelotes que, por unos días, dejamos definitivamente atrás.

Y ni siquiera importa si llegamos para tener que acomodar un insoportable desmadre ajeno porque eso ya es parte del viaje, de los días de descanso, de los ratos de pura felicidad, de las tardes de río y lagos y juegos y risas y chistecitos internos y códigos compartidos y noches de karaoke y de recibir gente muy querida en una casa grande y de juntar zarzamoras al costado del camino para hacer mermeladas y de preparar comidas ricas y de pasear buscando recovecos nuevos y de tomar cervezas en un bar antes visto y de conocer gente nueva que también se ríe de los mismos hipervínculos.

Lo sabemos desde el momento en que nos subimos al auto. La única excusa válida para volver de las vacaciones, reanudar la rutina diaria, volver al mundo cotidiano de la realidad es saber, en todo el cuerpo, que en cualquier momento emprendemos la ruta, otra vez y la vida vuelve a ser un recreo maravilloso.

La mejor razón para volver es la promesa de volver.

jueves, febrero 07, 2013

¡Nadie me avisó!

¿Es algo específico con el rosado y por eso las mujeres lo usan tanto
o es la novedad de verme a mi usando algo de este color que sorprende?

A mi no me joden.
Algo pasa con este color


martes, febrero 05, 2013

Expectación

Mirala, ¿la ves?. Sentada en plena noche, mirando para arriba como quien contempla el cielo. Respirando profundo, pausado, para sosegar la cabeza y el cuerpo. Fumando sola y a lo oscuro como quien piensa en calma o como quien procura aplacar inquietudes.

Mirala, ¿la ves?. Con el cuerpo repleto de susto. Ni pavura, ni desazón, ni desarraigo. Susto puro. Susto llano. Ese temor que recorre de lado a lado, que alimenta e intranquiliza. Ese susto primario y primitivo que despierta todas las terminales nerviosas. Esa mezcla de ansiedad, curiosidad y miedo que despabila los sentidos y eriza la piel. No es terror, no inmoviliza, no estanca. Es susto. Ese susto que, como las cosquillas mansas, la vuelve alerta y receptiva, lista para todo aquello que promete sorprenderla y desbordarla.

Mirala, ¿me ves?