Vivo en una ciudad que bien merecería ser nombrada capital mundial de los reguladores de velocidad. Te lo digo, hay que ser experto en el trazado para circular cinco cuadras sin pasar por un reductor de algún tipo. Es altamente probable que haya más lomos de burro y semáforos que personas. Lo cual habla de los pocos pobladores que la habitamos y, también, de la desproporción descomunal que procuro graficar.
Vivo en una ciudad que entiende mal las cosas y se rige por malas influencias. Y no me refiero simplemente a que el señor dueño de la fábrica de semáforos sea amigo de alguien con poder de decisión o a que cada vez que alguien hace las cosas mal y circula a velocidad indebida, sigue sin multa pero todos nos ligamos una quebramola. Ni siquiera me refiero a la permanente e imprevista variación en el tráfico de cada calle en función de cada nuevo montículo de material. No es sólo eso. Va mucho más allá.
Vivo en una ciudad en la que en el kiosco no me pueden vender una cerveza a mi (que estoy grande ya) después de las 22 porque está prohibido. Vivo en una ciudad que descubrió que es más fácil multar al kiosquero que educar a sus pibes. Una ciudad en la que los padres se desgañitan pidiéndole a los funcionarios que cierren boliches, clausuren pubes y desalojen plazas y veredas porque ahí sus hijos se emborrachan o se fuman un porro. Vivo en una ciudad en la que los mismos padres se quejan cuando mandan a su gurises al almacén y el señor del mostrador no les vende el vino para el almuerzo por ser menores. Vivo en una ciudad en la que los padres prefieren jugar a preocuparse en vez de ocuparse.
Vivo en una ciudad más, casi como cualquier otra de mayor o menor escala. Una ciudad en la que no importa dónde tiren la basura siempre y cuando la saquen de la vereda. Una ciudad en la que los padres retan a los maestros y los maestros culpan a los padres y los pibes llegan a la universidad sin más recursos que su memoria. Una ciudad en la que ya no hay recitales en la plaza porque todavía existe la marihuana. Una ciudad como tantas otras en las que siempre es más fácil despotricar a los cuatro viento, proponer soluciones de utilería, prohibir los energizantes y esperar que los chicos no salgan nunca nunca de la burbuja para que no se contaminen. Vivo en una ciudad que no aprende, que no se aprende.
Vivo en una ciudad que entiende mal las cosas y se rige por malas influencias. Y no me refiero simplemente a que el señor dueño de la fábrica de semáforos sea amigo de alguien con poder de decisión o a que cada vez que alguien hace las cosas mal y circula a velocidad indebida, sigue sin multa pero todos nos ligamos una quebramola. Ni siquiera me refiero a la permanente e imprevista variación en el tráfico de cada calle en función de cada nuevo montículo de material. No es sólo eso. Va mucho más allá.
Vivo en una ciudad en la que en el kiosco no me pueden vender una cerveza a mi (que estoy grande ya) después de las 22 porque está prohibido. Vivo en una ciudad que descubrió que es más fácil multar al kiosquero que educar a sus pibes. Una ciudad en la que los padres se desgañitan pidiéndole a los funcionarios que cierren boliches, clausuren pubes y desalojen plazas y veredas porque ahí sus hijos se emborrachan o se fuman un porro. Vivo en una ciudad en la que los mismos padres se quejan cuando mandan a su gurises al almacén y el señor del mostrador no les vende el vino para el almuerzo por ser menores. Vivo en una ciudad en la que los padres prefieren jugar a preocuparse en vez de ocuparse.
Vivo en una ciudad más, casi como cualquier otra de mayor o menor escala. Una ciudad en la que no importa dónde tiren la basura siempre y cuando la saquen de la vereda. Una ciudad en la que los padres retan a los maestros y los maestros culpan a los padres y los pibes llegan a la universidad sin más recursos que su memoria. Una ciudad en la que ya no hay recitales en la plaza porque todavía existe la marihuana. Una ciudad como tantas otras en las que siempre es más fácil despotricar a los cuatro viento, proponer soluciones de utilería, prohibir los energizantes y esperar que los chicos no salgan nunca nunca de la burbuja para que no se contaminen. Vivo en una ciudad que no aprende, que no se aprende.
Vivo en una ciudad que cree que es más fácil simular una cápsula casi ascéptica que enseñar a pensar, a decidir y a hacerse cargo.
6 comentarios:
Muy interesante.
Primero medio como que traté de adivinar qué ciudad era, después caí en que puede ser cualquiera del país.
Excelente, Café... Lo triste, es que no es tu ciudad... no es localizado el problema... es cualquier lugar...
Me gustaría saber qué ciudad es.
Salutes.
Buenas!
Al: copado! era más o menos la intención!
Dana Eva: lo sé, por eso me jode aún más!
Julián: probablemente la ciudad en la que vivís vos, digamos que el estereotipo descripto, lamentablemente, se adapta!
Saluti a tutti!
ya quisiera vivir yo en esa ciudad que decis vos
Buen día!
Criatura: y dale, pavote!
Salú
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