Otaria

Y sí, ¿sabés qué?, tengo un par de cicatrices que pican algunos días y varios machucones acá adentro. No reniego de ellos. Aprendí algo de cada uno de esos golpes. Sin embargo, te decía, me quedaron algunas secuelas, algunos rastros, un par de puntos de inflección. No, no, no digo sólo parejas o historias. Estoy hablando de afectos y de cómo me convertí en esta chitrula con aires de autosuficiencia. Esta otaria que tiene ganas de compartir un montón de cosas pero no sabe ni como pensarlo porque no puede dejar de armar todo para arreglárselas solita por la vida. Pasa que hay, hubo en mi vida un momento puntual en el que pensé que esto de crecer funcionaba así.

Y acá estoy. Torpe y amurallada y atenta y asustada y, bueno, así como me ves. Y por eso casi no lloro cuando hay alguien más y por eso tengo una respuesta diplomática para cada momento y por eso me hago la picante (con poco éxito, es verdad) y por eso no salto por el aire ni armo alboroto aún cuando se me tensan los dedos de las ganas. Quizás está bastante bueno que me de cuenta. Quizás descubrirlo ahora, años después, sirva para poder pedirte que cuando este llorando me abraces fuerte. Sí, aunque te diga que no, que me dejes sola y te quiera alejar (porque todavía no puedo evitarlo aunque me muerda por dentro). Abrazame igual, anudame un rato con tus brazos hasta que pueda volver a respirar y encuentre la forma de decirte gracias.

Y cuando esté triste, creele más a mis ojos (que dicen tanto) que a mi boca (que habla de más).