Parece Faivel

Hasta que un día nos conocimos. En realidad, era de noche ya y nos quedamos en la puerta de casa hablando hasta muy tarde y relatamos nuestras propias vidas y descubrimos los mil detalles que no habíamos conocido y ya no pudimos separarnos. Llevábamos 17 años conviviendo y ahora éramos, además, amigas.

Con el tiempo acumulamos apodos por pares, kilómetros recorridos, metros tejidos, hojas leídas, charlas eternas, horas, minutos y segundos al teléfono (cuando nos dieron llamadas gratuitas no sospechaban esto, ¡estoy segura!), trabajos juntas, distancias, las parejas de cada una, los amigos se convirtieron en propiedad compartida, proyectos, planes, ideas, delirios. Dos equecos del montón, la fiebre y la bañera, los viajes con almohada compartida, 'parece Faivel', un par de horas seguidas del final de Matrix desde el chan-chan-chan una y otra y otra vez, 'ahí tenías que doblar', 'me las comimos todas', el himno lírico, '¿cuál era mi perro preferido?', 'pongamos un centro cultural', pituto y canuto y más, tanto más.

Empezamos la frase que termina la otra, entendemos la media lengua atravesada que habla cada una cuando la cabeza se le quemó, sabemos qué gusta, qué jode y qué alegra en cada momento. Vos abrís el horno y yo ya tengo la agarradera y saco la fuente y vos estás lista con el cuchillo y así funcionamos, sin interrumpir jamás la conversación.

¿Cómo no nos va a costar hacernos entender con el resto del mundo?



¡Feliz cumpleaños, Hermana!
(y te lo canto al son de las castañetas y con final de jazz)