Preferencias

Recuerdo que a finales del primer año de facultad nos tocaba rendir un examen final en grupo que era, en realidad, la defensa de un trabajo monográfico. Nosotros éramos cuatro, ellos dos, ella y yo. Ella, que siempre se vistió con desparpajo, cayó de jean y una remera corta, de las que sólo usamos hasta un breve tiempo después de este acontecimiento. En resumidas cuentas, ella lucía desaprensivamente su choperita por el mundo.

Cada grupo tenía media hora para presentar el trabajo a la mesa examinadora. Nosotros no alcanzamos a plantear ni la mitad. Mientras el primer orador estaba exponiendo una ráfaga de viento abrió la puerta y ella se levantó a cerrarla. Desde ahí y hasta el final, durante más de 15 minutos, toda la conversación entre docentes y alumnos consistió en observaciones y elogios a la pancita de la muchacha.

Las mujeres añoramos la panza perfectamente chata que, con suerte, tuvimos en la adolescencia o envidiamos de las modelos. Sin embargo, dicen que a muchos hombres la pancita femenina les resulta tentadora.

¿Es cierto eso?