Como ya expliqué, hay varias manifestaciones que demuestran que tengo fiebre (cuando tengo fiebre). El ardor en la piel es la más común. El dolor o molestia en los dientes o encías se asocia a temperaturas más altas y por períodos de tiempo más prolongados. Así, luego de años de termómetros, paños de agua fría y otros recursos más o menos científicos o caseros y mucha observación puedo asegurar que el síntoma más claro de que tengo fiebre es el llanto.
Así de sencillo. Aumenta la temperatura, brotan las lágrimas. Entonces, el perro me da un lengüetazo, lloro (compréndase que me arde la piel). Alguien pregunta
¿te puedo ayudar en algo?, lloro. Suena el teléfono, lloro. Llamo al trabajo para avisar que no puedo ir porque estoy enferma y no puedo explicar porque... lloro. Una porquería. Lloro de llanto real. Se me cierra la garganta, se me oprime el pecho, se me pone colorada la nariz... ¡lloro!
Casi al final de mi secundaria estaba sola en casa y apareció la fiebre. Como toda
mujer grande, busqué una orden de consulta y pedí un turno urgente con
mi pediatra. El doctor me atendió y después, en mi recuerdo, viene un momento difícil. Me sentó en la camilla, entre animales de peluche y fotos de bebés, y me dio a entender que ya tenía que buscarme
un médico de gente grande. No alcanzan las palabras para describir el momento. Un cine lleno de gurisas en pleno estreno de
Titanic fue incapaz de superar el nive hídrico del que estoy hablando.
Hace unos días, rememorando la situación con Hermana ella me dijo algo asombroso.
No, Café, Pediatra
asegura que nunca te dijo una cosa así. Me sorprendió escucharlo pero me quedé pensando y es posible. Ya dejé en
claro que muchas veces escucho otra cosa y entiendo lo que quiero. Si, además, tengo fiebre es mucho peor porque... lloro. Pienso, igual, que de no haber sido así seguiría yendo al pediatra. ¿Podrías culparme?