Si vas caminando bajo la lluvia con las sandalias en la mano y él viene mojado y con las ojotas colgando del dedo, la mirada va a subir desde los pies hasta los ojos y van a sonreirse, aún girando un poco la cabeza para verse pasar.
Ella está de fiesta hoy. No es un día cualquiera. Parece un viernes más en la rutina de las semanas de locos que colmaron todo nuestro año. Parece el principio de otro fin de semana de horarios y cansancio. Parece un final de noviembre casi como todos los que compartimos desde que nos conocemos (y los de antes también). Sin embargo no es así, esta noche hay ceremonia y diploma y cena.
Nos cruzamos en un pasillo. Era improbable no vernos pero no nos vimos. Empezábamos la facultad y estábamos cada una en sus propios pensamientos. Casi nos chocamos en la puerta de un aula. Nos hablamos por primera vez. Cinco palabras de rutina y cada cual eligió un banco. Pasó esa mañana, pasaron cuatro días. Volvimos a dialogar en algún momento, charlas de ronda, de mucha gente desconocida, desorientada, entusiasmada y amontonada.
Ese viernes, cuatro días después, se acercó y me dijo vos y yo trabajamos juntas. Creo que le puso signos de interrogación pero, en realidad, estaba afirmando. Nos tocaba laboratorio de a dos y a eso fuimos. Cuando terminó la clase nos sentamos en una escalera a conversar. A los diez minutos éramos inseparables. Tan opuestas que, inevitablemente, nos íbamos a complementar. Era un viernes de principios de marzo de 2000.
Desde ese día hasta acá nos cambió la vida tantas veces que parece mentira. Durante un año y medio desayunamos juntas 4 días por semana, preparamos parciales y finales. Durante todos estos años salimos, entramos, bailamos, nos emborrachamos, fuimos a su casa, a la mía, compartimos las familias, los amigos, las historias. Teníamos algunas coincidencias en la vida sentimental que nos asombraban cada vez que comparábamos. Compartíamos una primera impresión errónea de la otra que se diluyó en diez minutos de charla.
Cada una se hizo amiga de las parejas de la otra. Lloramos hectolitros de lágrimas estando juntas. Nos reimos hasta el borde del desmayo. Escuchamos música, mucha música. Durante 15 días, preparando un final, cantamos a los gritos la misma canción (y ya no puedo escucharla sin recordar ese momento). Nos mantuvimos cerca, juntas, unidas a pesar de las distancias, los horarios, las penas, los desencuentros y la vida misma.
Hace 15 días me llamó por teléfono y antes de decir hola preguntó ¿el 28 de noviembre, estás? y yo dije estoy, sin saber ni siquiera de qué hablábamos. Y acá estoy. Tengo un bolso con mi mejor pollera, un collar por estrenar, los maquillajes en la cartera y una sonrisa que es mezcla de ternura y orgullo. Ella está de fiesta hoy... yo también.
Cuando estás parada al lado de un hombre al que querés y él, de sentado, te agarra la mano y la sostiene contra su pecho es imposible no abrazarlo por la espalda y quedarte con la cara muy pegada a su cuello.
La pampa húmeda está radiante esta mañana. La lluvia de ayer, las nubes de hoy, los pocos rayos de sol buscando las rendijas del cielo, el maíz nuevo y verde creciendo con ímpetu, el aire nítido. Hace calor, sí, mucho pero de todos modos las primeras horas del día invitan a frenar el auto al costado de la ruta, bajo algún arbolito amigo e improvisar un desayuno ahí mismo.
Mates, algunas tortitas negras o medialunas o bizcochitos, los pies sobre el pasto apenas fresco, un poquito de viento que remueva el pelo y despeje la cara, esta luminosidad rara de la mañana que empieza, el horizonte tan lejos que la vista se distiende. Y quedarme ahí sentada, sintiendo el aroma particular de la tierra el día después de una lluvia intensa, acostada boca arriba con el campo en la espalda y las nubes en los ojos hasta que el sol me obligue moverme.
Ya nos tocaba entrar en la adolescencia pero todavía nos gustaba demasiado ser chicos. Nos vimos, nos saludamos, entendimos que nos tocaba convivir por unos 20 días y empezamos a jugar. Nos pasamos tres semanas trepando árboles, comiendo uvas chinche y molestando, sin querer, a los demás con un código interno que apareció espontáneamente. Tenía algo que ver con castillos de cartas y pitufos, todavía recuerdo la cara de los otros, tan ajenos a la diversión.
Nos reencontramos el verano siguiente. Poco habíamos sabido el uno del otro en tantos meses pero retomamos naturalmente los chistes y las canciones. Nuestros diálogos siempre estuvieron cargados de música. A lo largo de los años fuimos mechando Fito Páez con Ica Novo, una pizca de Los Redondos, un poco de Serrat, abundante Baglietto y así. Crecimos sin darnos cuenta, buscándonos una vez por año para pasar las vacaciones.
El cielo de tu ciudad siempre nos unió. Nos encantaba tirarnos en el bordecito de la terraza, la espalda contra el cemento (o algo así) todavía tibio de la tarde, a ver aparecer las estrellas o las nubes. En ese ratito, escapados de tu familia, prófugos del mundo, hablábamos de casi todo. Nos contábamos la vida de a 15 minutos. Nos sorprendíamos por algunas cosas que teníamos en común contra toda lógica.
Fuimos, durante mucho tiempo, amigos, hermanos, compañeros, primos cómplices, rivales y aliados un puñado de días por año. Después mutó el entorno, cambiaron los hábitos, se modificaron las rutinas y pasamos un verano sin vernos. Estuvimos casi dos años sin mayor contacto hasta que decidí escribirte. No tenía tu dirección, no eran tiempos de correo electrónico generalizado, no sabía dónde quedaba tu departamento de estudiante. Sin embargo, el caos de sucesos en mi vida me llevó, inexorablemente, a buscar calma en ese cielo, en esas charlas.
Envié la carta a la casa de tus viejos. Veinte días de silencio y una llamada. Alguien viajaba a mi ciudad y te habías colado, estabas llegando pero no habías podido ubicarme antes. Desarticulé mis planes de un plumazo, busqué mi llave y salí a tu encuentro. Otra vez retomamos como si nada. Otra vez hablamos durante horas. Otra vez nos despedimos con naturalidad. Me dejaste música de regalo, algo de Silvio que era tuyo pero querías que tenga yo.
Pasaron los meses entre cartas de ida y vuelta. Nos juntamos, otra vez, un verano en tu ciudad (o la que ahora es tu ciudad, tan próxima a la de la infancia). Recuerdo una noche de lluvia, recuerdo mi mano entre tus rulos, recuerdo tus ojos cansados, recuerdo partes de un diálogo, recuerdo un beso. ¿Será como en la película? preguntaste. ¿Será que las historias que empiezan con lluvia tienen final feliz? No lo dijimos en ese momento pero sabíamos que no, que iba a tener, simplemente, final.
Estuvimos juntos un par de días. El lunes, antes de subirte a un taxi me miraste a los ojos. Tu mirada siempre habló sola, la mía también. Si te hubiese gustado Drexler habrías entendido cuando te dije es lunes, de mañana, te di un beso más y nos fuimos.
Tenías razón, no hay recuerdos tristes entre vos y yo.
Tengo muchas ganas de un desayuno compartido, de despertarme con fiaca pero activa y preparar café con leche y hacer tostadas. Quiero sentarme chinito en el sillón y quedarme un rato largo charlando de pavadas sin sentido, de la vida, jugando a cambiar el mundo, hablando de las cosas que nos hacen bien, jugando a ser personajes de otra historia.
Quiero olvidarme de todo lo demás por un par de horas más y disfrutar del aroma intenso del café y del dulce de higos. Quiero la mezcla entre la bebida amarga y el bocado dulce. Quiero reirme con ganas y refregarme los ojos como una criatura. Quiero olvidarme por un rato del calor agobiante y escuchar tu voz pausada, de mañana temprano, llenando el espacio. Quiero despegarme del mundo un par de minutos más para disfrutar del momento exacto en el que empieza el día.
Pasaron por mi vida, dejaron marca en mi memoria, en mis sensaciones. En cada oportunidad aprendí algo, aún aquellas cosas que hubiese preferido desconocer toda la vida. Ninguno fue tan cruel, a alguno ni siquiera le di chances. Nos encontramos y nos perdimos en distintos momentos de mi vida. Con más de uno nos hicimos compañía, con otros ni siquiera eso.
Mi legajo idílico tiene, en realidad, muchas historias escondidas. Recuerdos, fragmentos de mi vida, retazos de la que era, indicios de esta que soy. Cuentos de mis dolores y mis alegrías, crónicas de mis cicatrices y mis sonrisas. Algunas memorias encuentran palabras pero todas tienen número.
4 relaciones de pareja, 5 cuentos de un par de semanas, 6 relatos con besos y nada más que llenaron mi adolescencia, 2 personajes de esos que aparecen y desaparecen a lo largo de los años y así, rubro a rubro, podría incluir cada una de las historias que componen este prontuario amoroso. En algunos casos me animé a creer, en otros no encontré la forma, de todos queda una marca porque mi memoria es así. Rara vez recuerda dónde guardé la azucarera pero cuando archiva algo es inútil intentar olvidarlo.
cuántas veces cerca cerca del amor casi lo tocó y lo acarició y casi estuvo cerca de abrazarlo y se escapo una vez estuvo cerca del amor si es que estuvo cerca del amor
Conozco gente que no lee, que no mira televisión, que no va al cine o a museos. Hablé con personas a las que no les gustan las papas fritas o el café o el mate amargo o el helado. Hay humanos a los que no les interesa la política o la matemática o la física pero no sé de nadie que no escuche música (aunque más no sea un ratito por día). Sucede que nos sobran los motivos para amar la música.
Seamos sinceros. ¿A quién no se le dibuja una sonrisa al escuchar esa canción? ¿a quién no se le amontona el alma en la garganta cuando piensa en aquellas pequeñas cosas? ¿cuántas veces nos invade la nostalgia de añorar lo que nunca jamás sucedió? ¿cuántas veces optamos por las mentiras piadosas? ¿quién no sintió, alguna vez, que no hacen falta alas? ¿cuántas veces podemos evitar una vorágine de palabras con un sólo te pido que mi espacio llenes con tu luz?
¿Cuántas mañanas, después de callar el despertador, tenemos la certeza de que hoy no tengo fuerzas para subirme al mundo? ¿Cuantas veces al final de un inventario de reproches soltamos un y sin embargo te quiero? ¿Quién no sonríe cómplice al reconocer que sus amigos son unos atorrantes? ¿Quién no prepara una ofrenda para recibir a esos amigos que son lo mejor de cada casa?
Tantos hemos dicho yo dejo el tren en esta estación para después volver con la frente marchita y sabiendo que ya nada es igual. Tantas veces quise que sepas que no es fácil respirar el aire en que no estás e intenté explicarte que necesito más que palabras y que ojalá encuentres la forma de dejar un poco de luz al partir.
Muchas veces nos justificamos diciendo soy tan sólo el que soy y otras tantas quisimos responder a esa afirmación con un yo te quiero, como seas te habré de querer pero dijimos se tu para siempre, tu solo y adiós.
¿Quién no sintió que todo es desorden cuando esa persona se fue y diciendo adiós dijo que pena? ¿Quién, después de eso, no necesitó 19 días y 500 noches? ¿Quién no murmuró, alguna vez, vos me tratás como si fuera algo más que un ser?
Así la historia podría seguir durante horas pero, al final, así haga cinco o mil preguntas la conclusión sería la misma. Sin la música yo, al menos, estaría sobreviviendo al silencio o, mucho peor, al ruido...
Es la rumba y es el tango, son el jazz y el rock and roll un volcán de sentimientos por donde habla el corazón.
Cuando el público se acerca y se prende a las canciones una magia misteriosa se apodera del ambiente.
Música, música, música, música y palabras que se combinan en un diálogo inédito y profundo.
Juan Carlos Baglietto y Silvina Garre Se fuerza la máquina | Teatro Opera
Cuando me duermo muy tarde y me levanto temprano, cuando el día empieza inmediatamente y no me da respiro, cuando se me enfría media taza de café con leche sobre el escritorio porque no logré terminarla a tiempo, cuando sé que la cosa va a seguir complicándose los próximos tres días (como mínimo), entonces, necesito frenar.
Un recreo de 5 minutos. Un momento para recuperar la sonrisa que quedó en las almohadas. Ahora cierro la puerta y empiezo a girar un ratito entre los papeles con esta canción y resurjo.
La cosa fue así. Mate amargo, pororó recién preparado, fútbol y amigas. Nos sentamos las dos y miramos casi todo el amistoso Argentina-Escocia. Sí, nos perdimos el gol...
De la era Maradona, de tácticas y estrategias, de la formación y la mar en coche ya hablarán muchas personas que cobran por la tarea (y otras que no cobran pero saben más que yo). Lo importante en este momento es una serie de conclusiones a las que arribamos nosotras en el transcurso del partido y, especialmente, en el entretiempo.
1- Nos molestan profundamente las publicidades que ocupan la pantalla durante el juego, por eso nos sumamos al reclamo de Hermana y por unos meses no compraremos vino termidor ni motos guerrero ni diario olé ni trabajaremos con standard bank (entre otras que ahora olvido)
2- No puedo evitar reirme cuando el relator dice la cambia toda
3- Mi noción y ejercicio de la fidelidad llegan a límites insospechados
4- Si un hombre nos queda por debajo de la línea de visión pierde automáticamente la categoría hombre
5- Cuando no está el Cuchu en la cancha me gusta menos mirar los partidos
¿Quién dijo que las mujeres no sabemos mirar fútbol?
Cuando, en determinado momento, me acerco despacio y te pregunto al oido ¿qué preferís, la pollerita tableada o la chaqueta blanca? Que pienses que hablo del carnaval... molesta (y desanima)
Cuando esa persona está triste y vos te morís de ganas de agarrarle la cara con las manos y darle muchos besos en los ojos y en la frente, entonces, admitilo, ahí hay mucho más que cariño.
Mientras existan las distancias aparecerán los humanos intentos por acortarlas.
Dicen que la era de la comunicación nos incomunica. Es un debate largo que hoy no puedo dar. Será que no siempre estoy tan convencida.
Ayer, una persona prácticamente desconocida de la que me separa un océano llegó a mi casa, de alguna manera. No entró por la puerta, no se sentó a mi mesa, no tomamos café charlando de la vida pero vino, de todos modos.
Por la tarde, al llegar, encontré un sobre especialmente decorado en mi escritorio. Tiene dos direcciones que en el mapa están muy lejos pero la voluntad de acercarnos las anotó en un mismo papel. A veces, quienes menos esperamos pueden alegrarnos una jornada y quizás más.
Contra la torre de Babel tendemos puentes lazos que invitan a entender
Nos abrazamos, nos recibimos Nos encontramos, nos definimos Contra la torre de Babel señales de humo una botella y un papel
Nos escuchamos, nos decidimos nos rescatamos, nos escribimos
El mundo despertó hace un rato ya y sigo sin ganas de subirme. No es pena, no es la fiaca del lunes, no es sueño ni resaca del fin de semana ni ninguna de las causas habituales por las cuales puedo no tener intenciones de empezar a moverme. Es una contundente división entre la lógica y el anhelo.
Él cumplió años. Hubo fiesta, música, comida, brindis, familia, amigos, cotillón, luces y todos los ingredientes necesarios. Ella y él son ellos desde hace más de 35 años. Esa noche llegaron juntos, comieron uno al lado del otro, bailaron de la mano y se cantaron mutuamente. Mientras tanto, hubo miradas, sonrisas, caricias, gestos... Ella y él todavía se quieren, todavía se eligen, se acompañan, se toleran, se enojan y se amigan, se escuchan y se festejan, se abrazan y se olvidan de todo.
Entonces, pienso, existe esa posibilidad. No es perfecta. No es ideal ni irreal. Puede haber en el mundo una persona con la que queramos estar a pesar de todo. Y renegar por las cosas cotidianas y cansarnos, a veces, de la rutina y los platos por lavar y la ropa y el patio y el perro y los hijos y el trabajo y los horarios y los gustos diferentes y los planes para las vacaciones y las miles de cosas con las que y por las que nos enfrentamos todos los días. Y, sin embargo, querer viajar juntos y dormir y despertarnos uno al lado del otro y cantarnos y bailar y celebrar una noche así, un noviembre nuevo, 35 años después.
A veces pienso que estoy a salvo de esos anhelos, que mi razón es más fuerte, que la noción matemática de las probabilidades cercanas a cero me calma. Otras veces entiendo que acá no juega la razón, que es otro partido. Entonces no quiero subirme al mundo. Me dan ganas de sentarme en una plaza, con los pies en el pasto fresco de la mañana a tomar mates y creer que es posible encontrar alguien con quien bailar lo que sea pero hoy, especialmente, esta zamba que extraño desde hace ya un rato.
Para bailarla hay que estar como locos de enamorados; mirarse a los ojos y ofrendarse un corazón desnudo y luminoso.
Y en la vuelta va a tener un truco pa' que no se pueda bailar sin amor para que algunos se diviertan y otros cuenten los compases y después de pasar por ahí va a volver a ser zamba como las de antes para mi amor voy a hacer una zamba como las de ayer.
Ica Novo y Dúo Coplanacu Como las de antes | Córdoba
Me encantaría ser la Lucía de Serrat o la Yolanda de Pablo Milanés o la Catalina de Pedro y Pablo o tantas otras mujeres así. Me intriga saber cómo es generar esos sentimientos y sensaciones en hombres capaces de expresarlos de esa forma, tan simple, tan sincera, tan perdurable.
Sé perfectamente que no es posible. Lo asumí el mismo día que acepté que no seré una de las personas que cambien la historia de la humanidad, por allá por esos años en los que reconocí que voy a ser otro más de los comunes mortales de este mundo y me tranquilicé conmigo.
Sin embargo, así como aún juego a que seré Emperadora del Mundo Todo, también sueño con ser, un día, una mujer así.
Él: No, disculpame... ¿cómo me voy a acordar de llamarte, hermano? ¡Si estoy viajando al lado de una mujer linda, dulce, simpática y conversadora que me ceba mates! Pero claro, a ver, para que me creas, voy a dejar que te diga buen día...
Café: Hola, buen día...
Él: ¿Escuchaste? Bueno, es mucho más linda que la voz que te saludó...
Esta mañana Miguel manejaba el colectivo. Sucede que a las 7 de la mañana pierdo la objetividad y ese comentario me hace reir a carcajadas. Así vale la pena empezar un viernes, especialmente si al bajar del coche, mi mp3 empieza la lista con esta canción...
Me desconcierta la gente que no baila. En realidad, me aburre y me cansa. Y no hablo de ser campeones mundiales de baile de salón, ni siquiera de la fiesta familiar. Hablo de la vida.
Bailo cuando estoy cansada, contenta, dormida, triste, feliz. Bailo cuando recién salgo de la cama, mientras tomo el café, esperando el colectivo, cuando cocino, en mi trabajo, en la oficina, en casa, en otras casas, en la cola del banco, en una fiesta, a la orilla del río. Bailo lo que esté sonando por afuera o por adentro de mi cabeza. Bailo folklore, salsa, rock, murga, vals, merengue, mambo, tango, bolero, cuarteto o lo que sea.
No bailo bien pero lo hago igual. No es una cuestión de excelencia, es un modo de andar.
La vacaciones son inminentes. Anoche tuvimos reunión telefónica de mujeres para planear nuestro enero. En algo estuvimos de acuerdo, necesitamos llenar de música, como mínimo, 4 horas que serán las que estemos todas juntas en el auto de un tirón. Empezamos la labor pero me toca a mi terminarla.
Por el momento van a ser cuatro discos. El primero, el más avanzado, se llamará Mujeres al volante. Las canciones seleccionadas hasta ahora son:
If it makes you happy - Sheryl Crow Bye, bye - Jo dee Mesina Man! I feel like a woman - Shania Twain I'm a bitch - Meredith Brooks Like a virgin - Madonna I touch myself - Divinyls One way or another - Blondie Tell me - Madonna These boots are made for walking - Nancy Sinatra Girls just wanna have fun - Cindy Lauper One hand in my pocket - Alanis Morissette Where have all the cowboys gone? - Paula Cole Not bad for a bartender - Gretchen Wilson Y wanna dance (with somebody) - Whitney Houston
De los otros tres discos sólo hemos decidido los nombres y alguna canción orientativa.
Haceme los coritos Mucho más fuerte - Charly García Somebody to love - Queen
Mentime que me enCanta To love somebody - Blue Rodeo Contigo - Joaquín Sabina
Bailalo con las manitos Perhaps, perhaps, perhas - Lila Downs A pedir su mano - Juan Luis Guerra
Tenemos gustos muy variados, desde folklore hasta reggae pasando por cuarteto y las canciones Tarkan (?) me habilitaron todas las opciones. ¿Me ayudás?
Quiero estar descalza sobre un piso de baldosas frescas. Quiero ponerme una pollera cómoda y de colores y una remera liviana. Quiero tener en una mano una taza de café negro, cargado y fuerte. Quiero tener el pelo suelto y alborotado, como de recién levantada. Quiero que empiece a llover y ver la lluvia desde una galería. Quiero que, de a ratitos, el agua me salpique los pies. Quiero bailar esta canción hasta que se termine mi café... y volver a empezar.
Y las tiramos, otra vez, al tintero. Frase trillada si las hay pero esa situación se repitió tantas veces entre nosotros que es hasta lógico recurrir a una seguidilla de palabras gastadas.
Nos conocimos desde tan chicos y tuvimos los tiempos tan a contramano toda la vida que nos costó encontrar el momento para hablarnos el mismo idioma. Todavía nos cuesta, sólo que por ahora dejamos de probar.
Si lo hubieras dicho hace 6 años, casi me reclamaste 730 días atrás. Si me hubieses mirado a los ojos esa noche, contesté. Después, este silencio.
No supimos hablarnos, no supimos mirarnos y sin embargo crecimos tan juntos, tan cerca y tan lejos, tan compañeros y tan extraños, tan conocidos y tan ajenos. Quizás es lógico, habiendo compartido tanta vida, que queden palabras en suspenso.
Sé que nos vamos a juntar otra vez. Supongo que estaremos en momentos diferentes aunque similares. Sospecho que seguiremos apilando palabras no dichas.
Cuando tu jean de diva, ese que además de quedarte muy cómodo te calza genial y roba miradas y piropos, decide abandonarte y te lo demuestra con un tajo de costura a costura en la alta pierna, te sentís horrible por un ratito.
Eras chileno radicado en Córdoba desde los 6 años. Tenías (probablemente todavía tenés) todas las señas particulares del tipo cordobés. La sonrisa natural, la tonada insuperable, ese lunfardo especial gestado en esa zona, el amor irreemplazable por las sierras, la cadencia justa para el cuarteto, frases graciosas y una facilidad increíble para hacerte querer.
Nos conocimos de casualidad en un boliche. Vos trabajabas ahí ese verano, yo bailaba todas las noches de mis vacaciones en esa pista. Sin embargo encontrarnos fue casual. La primera vez que nos vimos, vos con tus compañeros y yo con mis amigas, hablamos poco y tomamos mucho. Después confesarías que intentaban emborracharnos, después recordarías que no tuvieron éxito.
La noche siguiente terminó a las 11 de la mañana, a la orilla del río, abrazados y a los besos, queriéndonos sin saberlo. Dos horas más tarde se terminaban mis vacaciones, treinta minutos antes me pediste un teléfono. Imposible negartelo. Te dije, antes de irme, el fijo de mi casa con característica y todo. Empezaba un mediodía de principios de febrero y, entre familias de turistas y humos para asados, dicté 11 números al aire y me fui.
Compartimos, de cerca y de lejos, casi dos años. Nos llamamos, nos encontramos, nos enamoramos como si fuese fácil. Tan fácil como era todo entre nosotros. La primera vez que me llamaste me dijiste quiero verte y yo respondí vení. La segunda vez que hablamos me dijiste llego a las 5:30, ¿me esperarías en la terminal?. Habían pasado 15 días de nuestra mañana.
Muy pocas veces usamos la palabra novios, éramos vos y yo.
Nos reimos, mucho. Planeamos miles de cosas y concretamos sólo algunas. Fuimos compinches, compañeros. Mis amigas te adoraron, tus amigos me quisieron. Nuestras familias nos adoptaron. Fuimos y vinimos, recorrimos kilómetros, recorrimos sentimientos y sensaciones, nos recorrimos el cuerpo. Jugamos, paseamos, trabajamos, cocinamos, comimos, dormimos, tuvimos sexo (del bueno). Nos enseñamos el uno al otro, nos reconocimos, nos descubrimos, nos quedamos sin aire, exhaustos, felices. Discutimos poco, nos dijimos muchas cosas, nos hablamos con canciones...
Vos
Yo
Hace 5 años nos besamos por última vez. Hace 5 años dijimos basta.
No en tono imperativo, no de deber ser sino de ganas, necesidad, apetito o deseo. Esa sed que no se calma con agua marina.
Abrí los ojos con esta canción, una maravilla despertarse. Vení, sentate, esperá que te traigo un café, escuchemos esta canción y después... después que se venga el día.
Marina, sólo por tu lengua blanda volvían la tormenta y la ceguera; caía un cielo blanco por tu espalda y en los destellos de tu cabellera.
Marina pintaba las aureolas duras, maduras y jugosas de saliva; ardía brillante y rojo en la espesura, hendidura profunda que latía.
Y saltaba el mar y fluían las laderas y las dunas navegaban mar afuera. Cuando el viento norte izaba las culebras yo volvía deshecho, escoria en la marea.
Sismo, terremoto, cataclismo, peligroso ritmo, maremoto en el abismo tenebroso.
El que jamás te ha visto no se imagina una líquida luna en una salina ni un diminuto mar que nunca se termina. No se calma la sed con agua marina.
Marina por cada labio me ponía un vértigo de océano en la boca. Me hundía con mi esperanza hasta la sima y me iba cuerpo al mar en cada gota.
Marina, mejor que no te cruce ahora, espejismo del mar en la llanura; podría arrastrarme el canto de las olas, farolas de tu pecho y tu cintura.
Y saltaba el mar y fluían las laderas y las dunas navegaban mar afuera. Cuando el viento norte izaba las culebras yo volvía deshecho, escoria en la marea.
Sismo, terremoto, cataclismo, peligroso ritmo, maremoto en el abismo tenebroso.
El que jamás te ha visto no se imagina una líquida luna en una salina ni un diminuto mar que nunca se termina. No se calma la sed con agua marina.
Cuando finalmente le decís que te encanta, después del rato de insana vulnerabilidad, sentís mucha calma y ya no querés controlar los besos, los abrazos, los mimos y las palabras bobas que te salen a borbotones.
Yo sé que hacer regalos es complicado, por eso siempre te digo más o menos que me gustaría recibir. Entonces, romper el papel y encontrarme con el libro que pidió Hermana... duele (y gana el premio al peor regalo en todas las rondas de mujeres)
Algo extraño en el cielo de la mañana sacó a la niña del fondo de mi cabeza. Mirando una nube particular resonó en mi memoria La historia sin fin. Recordé esa película de mi infancia casi como si no la hubiese olvidado. Lo cierto es que no logro juntar más de dos o tres datos poco relevantes. Un gigante perro blanco que volaba, un par de personajes peculiares y el avance de la nada. Inmediatamente, cual reacción en cadena, apareció otro film de mi niñez. Laberinto. Un relato lleno de fantasía y complicaciones.
No hay ninguna particularidad en que recuerde esas películas. Supongo que cualquier persona de mi edad ha visto esas mismas escenas y también guarda algunos flashes en el fondo de la memoria. Sin embargo, esas historias me trajeron a la Flaqui. Lo cierto es que, pequeña como era, no podría haber disfrutado realmente de toda esa fantasía si no fuese por que ella me leyó, con paciencia e histrionismo ilimitados, todos los parlamentos de cada uno de esos videos una y otra vez.
Hay en el mundo personas adorables. Cuando una de esas personas es tu hermana mayor crecer es algo extremadamente feliz.