No soy amiga del capitalismo. Y el que venga a bardear al grito de eh, flaca, ¿no sos defensora de la democracia? ¿quién te entiende? va a empezar de pésima manera un intercambio poco agradable. No soy amiga del capitalismo y detesto a los bancos. No los soporto. Me cuesta el concepto pero, muy por encima de eso, aborrezco la realidad banco. El constante desprecio por las personas, la invocación al sistema (¡oh!) como si fuese un dios máximo, la inoperancia constitutiva de esas instituciones y todos los que trabajan (o intentan hacerlo) en ellas, el derroche absoluto de tiempo y esfuerzo, la burla a los cientos de miles de rehenes que formamos parte de su clientela y la repulsiva política de que a río revuelto, ganancia de pescadores. Con esfuerzo (y no poco) conseguí amoldarme a los beneficios de la tarjeta de débito pero no es suficiente. No soy amiga del capitalismo, detesto a los bancos y me resisto con todas mis fuerzas a las tarjetas de crédito. El puto día en que me tengo que pasar horas en un banco para hacer una operación y me entero, de sopetón, que pretenden enchufarme una tarjeta de crédito a la fuerza es el día en que tengo que salir de ahí corriendo para no terminar presa.
En cuanto se me pase la furia que me llena el cuerpo, voy a estar exultante por el resultado de la transferencia que finalmente pude hacer. Palabra.
En cuanto se me pase la furia que me llena el cuerpo, voy a estar exultante por el resultado de la transferencia que finalmente pude hacer. Palabra.
¡Esa alegría no me la roban!