Jueves noche. Vino, buena charla, más vino, la mufa que se va del cuerpo definitivamente, la música que acompaña, los mimos que deleitan. Así resigno sin problemas unas cuantas horas de sueño y me paso el viernes como autómata sin dudarlo un instante.
Viernes noche. Baile, barra libre, más baile, muchas carcajadas por todo el cuerpo y todas las ridículeses que se nos antojen. Y todo eso parece nada cuando llegan ellos. Hermano y Amigo que traen de la mano y de sorpresa sorprendente a una de las mejores mujeres que tiene este mundo para que compartamos juntas unos días. Así vale la pena seguir.
Sábado día. Mates, biscochos, más mates, las tortas que empiezan a salir, los amigos que pasan a colaborar, la comida preparada de a muchos entre conversaciones desopilantes, murgas y coreografías bizarras alrededor de la mesa. Y todo está cada vez más desordenado, más poblado, más divertido. Hasta que cada uno carga alguna cosita y empieza el traslado. Así, ¿cómo no sentirnos queridos?
Sábado noche. Abrazos, regalos, más abrazos, la mesa preciosa, golosinas en los rincones, la piñata olvidada en casa, el cartelito con mi nombre a la entrada del pelotero, fotos con diferentes cámaras. Y comida rica y bebida abundante y muchas conversaciones mezcladas y todo el afecto del mundo y el vals. Dos, porque son dos quince. Así, ¿cómo no sentirme linda?
Domingo día. Desorden, platos, más desorden, la casa llena de cosas, cosas ricas para comer que quedaron dando vueltas, un poco de resaca en el cuerpo y los mates suaves y la charla livianita y el ratito para acomodar un poco las cosas y más saludos y las visitas y seguir picoteando durante todo el día y series que dan mucha risa entre mujeres que saben reirse. Así te ordeno y te lavo los platos de un batallón, sólo porque paga (con creces) el precio.
Lunes noche. Charla, cigarrillos, más charla, la cena de los lunes que se convierte en ritual, el menú especialmente seleccionado y elaborado por una amiga mientras vamos conversando de grandes temas o de nimiedades, la placidez de los buenos ratos compartidos. Y la comida exquisita y el vino que acompaña y la promesa de que la semana que viene cocino yo. Así me quedo levantada hasta la hora que sea aunque el martes me cueste el doble arrancar.
Y de diferentes maneras sigo siendo capaz de dormir profundamente en cualquier situación y de vivir en mi burbuja de imaginación y de sentir que el mundo debería ser más justo, más equitativo, más solidario, mejor. Y en distintos rincones sigo siendo capaz de sentir todas las cosas en el cuerpo y se enamorarme hasta el ridículo y de postergar cualquier obligación por un rato de mates con amigas. Y de alguna forma sigo sintiendo que todas las vidas que se me antojan son posibles y están ami alcance. Y en algún lugar sigo creyendo que soy capaz de todo lo que me proponga, siempre y cuando tenga el cariño, la ayuda y el soporte de las personas por las que daría lo que sea.
Todavía tengo cosas de la beba nacida en pleno invierno, de la nena de cinco años con cara de terrible, de la gurisa de quinto grado con flequillo difícil, de la adolescente borracha de sensaciones, de la purreta de 20 años con todo por elegir, de la mujer que cerraba numeros redondos en los cinco lustros y de todas las versiones de mi misma que hubo entre una y otra. Y, entonces, no puedo más que festejarme a mi misma y que, rodeada de tanta gente preciosa, sentir que vale la pena seguir sumando, seguir intentando, seguir jugando.
Uno: ¡epa! te viniste boquitas pintadas. Otro: y, encima, llega con ese sonido de tacones lejanos... Ella: nooo, con Almodóvar ni nos metamos, mirá. Uno: no, no, yo me quedo afuera de esa. Otro: ¿no les gusta? Uno: sé los bueyes con los que aro. Ella: sí, sí. Me gusta pero en este contexto sólo te puedo llegar a mujeres al borde de un ataque de nervios. Otro: oh, eso no está bueno. Ella: es que te empiezo a describir mi carne trémula y te miro a los ojos y digo átame, quedás tecleando. Uno: listo, lo perdimos, sigamos con otra cosa.
Flaca, existe una importante diferencia entre ser exigente, ser competitiva y ser la envidia corporizada. Pensalo, se me hace triste tu vida mirándote así.
No, no me hace feliz, no quiero que hagas eso que yo hago porque me gusta demasiado y temo que vos lo disfrutes tanto como yo y eso me da inseguridad pero por sobre todas las cosas me agrede el ego y me arruina la falsa ilusión de que sólo yo puedo generar esas cosas en vos y prefiero que me elijas porque no existe nadie más en tu mundito de maqueta que porque tenés ganas de elegirme porque las ganas se te puede pasar pero si te asustás y te aislás lo suficiente como para que sólo me tengas a mi no me vas a dejar de necesitar jamás de los jamases y no vas a hacer con nadie más eso de jugar a hacerse los lindos que a mi tanto me gusta hacer y por eso no quiero que lo hagas.
Otra:
pero mirá que los nombres bíblicos
casi siempre hacen referencia al padre...
¿estás segura de que querés eso?
Una:
sí, me gustan los nombres bíblicos, no jodás.
Otra:
bueno, a ver que hay.
Una:
¿Elioenai?
¿Te parece?
Otra:
y no pero al menos le resuelve algo...
Una:
¿qué?
Otra:
¡de chiquita aprende lo de hiato y diptongo!
Cuando la señorita le diga una palabra con hiato, dice el nombre y aprueba.
Cuando le diga una con diptongo, lo mismo...
Ya que se va a llevar ese nombre
que le sirva de algo.
Una:
Betsabé.
Otra:
ni se te ocurra.
No me gusta pero, además,
los nombres con b son una porquería
porque nunca quedan bien en la firma.
Una:
y bueno, Samara.
Samara Milagros.
Otra:
¡Te muerde los tobillos desde bebé!
Y a los 7 meses ya empieza a usar navaja
y te mira con ojitos de me las vas a pagar.
Una:
no me estás dejando opción,
va a ser Luz Milagros.
Eso sí, LuzMilagros, todo juntito.
Otra:
ah, ¡como los termos! Una:
sos jodida, eh.
A ver, Abigail.
¡Abigail me gusta!
Otra:
ja, te lo dije...
significa alegría del padre.
Una:
no, entonces descartalo.
Otra:
Bueno, no claudiquemos,
quizás hay alguno que significa la nariz del padre.
Una:
¡¿qué?!
Otra:
qué se yo,
me dijiste que lo único que querés que saque del padre
es la nariz.
Chicos, chicas, en serio. Es muy lunes. Muy de mañana. Muy complicado todo. Y todas esas ganas de encerrarme en mi casa, tirarme en mi sillón, abrazarme a mi misma y dormir hasta que se me pase el mal rato están a punto de convertirse en tremenda furia sólo canalizable a través de un contundente reparto de patadas. Y, en este caso, el que resta, suma.
Mil formas de decir, mil maneras de hacer, mil puñados de palabras para contar, mil vueltas a mis ideas, mil retazos de mis días, mil muestras de mi vida, mil intentos de entenderme, mil esfuerzos por contarme, mil argumentos a favor y en contra, mil títulos con tanto esmero, mil ansias, mil deseos, mil dolores, mil sonrisas, mil ilusiones, mil fragmentos compartidos, mil conceptos expresados, mil teorías replanteadas, mil verdades de entre casa, mil rincones de mi cabeza, mil facetas de mi espíritu, mil partes de mi personalidad, mil personajes de esta misma persona, mil empeños de acercarnos, mil anhelos de encontrarnos, mil modos de conocernos, mil excusas para conversarnos, mil desayunos compartidos.
Empiezan las manos. Mis manos. Las palmas hacia arriba, izquierda sobre derecha, los brazos extendidos. Los dedos relajados son la vanguardia que enfrenta a las gotas. Cada vez más abajo de la lluvia. Prueban, perciben, mantienen un diálogo mudo con el agua para descifrar si esa es la temperatura exacta. Si es necesario, la derecha invade terreno ajeno para regular, en un juego preciso de canillas, las cantidades de frío y de calor. Después avanzo a pasos mínimos. Los dedos de los pies empiezan a salpicarse y el contacto con el agua va subiendo por mis piernas. De a poco, gota a gota. Llueve sobre mi panza y ese es el momento del último retoque térmico. Después un paso seguro, pie derecho adelante, hasta que el agua riega mis clavículas.
Cambio. En un movimiento continuo giro el cuerpo mientras paso el peso a la pierna izquierda para que mi espalda también vaya enfrentándose de a poco a la caricia de la ducha y retrocedo hasta que los chorros pegan de lleno en mi cabeza. Los pies juntos, el rostro levemente hacia arriba, el agua pegando justo en la línea en que se encuentran mi frente y mi cabello y ahí me quedo un ratito, aflojando los hombros, relajando los brazos, respirando profundo antes de empezar con el baño propiamente dicho.
Puedo estar horas debajo de la ducha
pero no soporto que el agua me pegue directo en la cara.
Que la temperatura estuviese apenas unos grados más arriba y que estos mates con tortitas negras, en vez de sola y en la oficina, fuesen en ronda, en la plaza, sentados en el pasto y muriéndonos de risa de esos argumentos que sirven para cerrar cualquier conversación.
¿Por qué era que no podíamos vivir de fin de semana?
Una:
¡ah! Y se sabe de memoria
parlamentos de Dirty dancing.
Otra:
¿por qué?
Una:
la vio muchas veces
porque es fan de Patrick
Otra:
¿qué?
Una:
eso, que me dijo que le gustan
las películas con Patrick Swayze.
Otra:
vos sabés que ese dato
lo puedo acomodar a lo que necesite,
¿verdad?
Una:
¿Cómo?
Otra:
Claro, ahora que nos cae bien te puedo decir: la tiene tan clara que puede largarte un
me gusta Patrick Swayze
sin que le tiemble el pulso, ¡es un groso!
pero en cuanto se mande alguna pelotudez
se va a transformar en: ¿Y qué querés?
Si le gusta Patrick Swayze
¡y te lo dice!.
Todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra...
¡pero dígalo igual!
Él no tiene idea y me pregunta. No entiende, no tiene como saber porque esa historia sucedió durante una pausa y nuestros paréntesis son así. Completos. Concretos. Absolutos. Un saludo por algún cumpleaños, un meneo de manos al cruzarnos en una esquina, un prolijo intercambio de palabras al coincidir en un club o una escuela . Pero todo, siempre, con absoluta diplomacia. Hay un acuerdo tácito. Los dos controlamos el abrazo postergado hasta que el momento sea el adecuado pero ambos cumplimos con el saludo protocolar. Ay, que dolor de cuerpo y de espíritu el día en que prefirió mirar el suelo y esquiar mi vista. Ay, que atrocidad la mía cuando necesité un paréntesis y no avisé de buena manera.
Nos costó media vida aprendernos y nos enseñamos tanto el uno del otro que parece mentira que hayamos tenido varios intervalos. No entiendo cómo funciona, me dijo una amiga hace años. Yo tampoco comprendo, sospecho que él no tendría respuesta. Eso sí. Hay un par de elementos fundamentales. Nos queremos desde la primer sonrisa, nos abrazamos mucho y bien, hemos hablado todo y más, desde diferentes lugares hasta que dejó de doler y estamos ahí, todas las veces. Aún cuando no nos vemos estamos, los dos, a una llamada de distancia.
Y si nos hemos perdonado tanto,
podemos disculparnos mucho más.