Estar, otra vez, pegada a tu espalda, besando despacio, con roces leves el borde de tu nuca. Acariciar apenas con las yemas de mis dedos tu cara, tu cuello, el contorno de tu hombro y bajar por el costado de tu cuerpo erizando tu piel hasta llegar al punto exacto en que las cosquillas son casi tan fuertes como el disfrute. Entonces, acercar mi mano completa en tu cuerpo, alejarme apenas y dedicarme a recorrer, primero con mis manos y después con mi boca tu espalda completa hasta que decidas que es el momento de mimarme a mí pero sin despegarnos. Que por un rato no haya más tiempo ni exista otro mundo allá afuera.
Que no haya entre nosotros nada más que esa mínima distancia posible separándonos... o juntándonos.